María Izquierdo, la sanjuanense doblemente ilustre
- Tania OH
- 6 dic 2018
- 4 Min. de lectura
30 octubre 1902, San Juan de los Lagos, Jalisco – 3 diciembre 1955, Ciudad de México

“Parecía una diosa prehispánica. Un rostro de lodo secado al sol y ahumado con incienso de copal. Muy maquillada, con un maquillaje antiguo, ritual: labios de brasa; dientes caníbales; narices anchas para aspirar el humo delicioso de las plegarias y los sacrificios; mejillas violentamente ocres; cejas de cuervo y ojeras enormes rodeando unos ojos profundos. El vestido era también fantástico: telas azabache y solferino, encajes, botones, dijes, aretes fastuosos, collares opulentos […] Pero aquella mujer con aire terrible de diosa prehispánica era la dulzura misma. Tímida, íntima” (Octavio Paz).
A María Cenobia Izquierdo Gutiérrez se le recuerda por haber sido la primera pintora mexicana que expuso sus obras en el extranjero. Fue en el año de 1930, cuando las presentó en el Art Center de Nueva York. Un mérito incuestionable, pero no el único.
Nacida en San Juan de los Lagos en el año de 1902, contrae matrimonio a los 15 años y junto a su familia se traslada a la Ciudad de México. A los 25 años ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes, que era dirigida por Diego Rivera, donde permaneció solamente un año. Tomó cursos específicos, como el de color y composición y el de pintura de figura, con Germán Gedovuis, quien al apreciar el potencial artístico de Izquierdo le permitió pintar en casa.
La cercanía con el maestro Gedovius se diluyó cuando María rompió con la perspectiva académica en busca de nuevas composiciones, lo cual, en cambio, fue apreciado por Rufino Tamayo, quien ofreció enseñarle las técnicas de acuarela y aguazo.
Realizó su primera exposición individual en 1929 en la Galería de Arte Moderno del Teatro Nacional, con el apoyo de Diego Rivera, quien escribió la presentación como director de la ENBA, donde la consideraba una de las personalidades más atrayentes del panorama artístico. (Sin embargo, cuando años después fue comisionada para elaborar unos murales en el Palacio de Gobierno de la Ciudad de México, el propio Rivera y David Alfaro Siqueiros protestaron argumentando que no tenía suficiente experiencia.)

En 1930, Frances Flynn Payne la invitó a mostrar sus obras en el Art Center de Nueva York, donde antes habían expuesto su trabajo Tamayo y José Clemente Orozco. María Izquierdo llevó una muestra de catorce óleos con retratos, paisajes, naturalezas muertas y estudios. Así se convirtió en la primera mexicana en exponer en el extranjero. Ahí conoció su trabajo el curador René d’Harnoncourt, que decidió incorporarla a la exposición Mexican Arts (de arte popular y pintura) organizada ese mismo año por la American Federation of Arts en el Metropolitan Museum, la cual incluía obras de Rufino Tamayo, Diego Rivera y Agustín Lazo, entre otros.
Para describir su obra Octavio Paz se remitió a la infancia provinciana de la artista para concluir que el realismo de Izquierdo no era el de la historia sino el más real: el de la leyenda. “Es una evocación, filtrada por su sensibilidad, de su infancia y de la poesía rústica de los pueblos del Centro y del Occidente de México. Antigüedad viva. En su caso las influencias son realmente confluencias”.

Y añadió: “Es una obra hecha más con el instinto que con la cabeza, pura, espontánea y fascinante como una fiesta en la plaza de un pueblo pequeño. Fiesta secreta que pasa no ahora ni aquí sino en un allá-no-sé-dónde. Interiores y naturalezas muertas en las que las cosas se asocian conforme a las leyes no de la geometría sino de la simpatía, es decir, de la magia afectiva”.
“Formas y volúmenes atados a este mundo por un oscuro deseo de ser y persistir. Victoria de la gravitación: estar, nada más estar […] Personajes como hipnotizados, criaturas míticas, bestias inocentes y adormecidas […] todo sumergido en una atmósfera detenida: el tiempo que transcurre sin transcurrir, el tiempo parado de los pueblos, ajeno al tráfago de la historia”.
En 1929 estableció una relación artística y amorosa con Rufino Tamayo. La pareja de artistas se separó en 1933. (Al año siguiente, Tamayo contrajo matrimonio con Olga Flores Rivas).

En 1938 se relacionó con el pintor chileno Raúl Uribe, con quien se casó. Uribe se convirtió en su principal promotor, le ayudó a vender su obra a diplomáticos y le propuso realizar múltiples retratos por encargo. A esta producción se sumaron autorretratos y “naturalezas vivas”, escenas que conjuntan objetos disímbolos en composiciones misteriosas, ambiguas.
En 1948, Izquierdo sufrió una hemiplejia que le paralizó la parte derecha del cuerpo y le hizo perder el habla. Su marido se fue. María murió en 1955, en la pobreza, a causa de una embolia.
El furor que surgió en la década de 1980 por la figura de Frida Kahlo eclipsó a las demás pintoras mexicanas, de las cuales cada vez se hablaba menos.
En 1988, Octavio Paz defendió la producción artística de Izquierdo: “No fue una desconocida ni una artista marginal. Fue reconocida por José y Celestino Gorostiza, por Villaurrutia, por Fernando Gamboa […] Entre Tamayo, Julio Castellanos, El Corzo, Manuel Rodríguez Lozano, Alfonso Michel, Carlos Orozco Romero y otros, la persona y la obra de María brillaban con una luz única, más lunar que solar. Me parecía muy moderna y muy antigua”.

A María se le recuerda “alegre, vivaracha, inteligente, con una personalidad que combinaba el provincialismo y la sofisticación”, escribió Germanine Gómez Haro.
El 30 de Octubre de 2018 una estatua en su honor se colocó en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres.
La estatua fue realizada por el escultor Carlos Terrés y con esto María Izquierdo se convirtió en una mujer doblemente ilustre, ya que por decreto presidencial sus restos se encuentran en la Rotonda de los Personas Ilustres en el Panteón de Dolores en la Ciudad de México.
Información obtenida de:
Los privilegios de la vista, Octavio Paz, 1987. El Río, novelas de caballerías, Luis Cardoza y Aragón, 1986. María Izquierdo: pasión y melancolía, Germaine Gómez Haro, 2013.
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